- Feria de San Isidro La encarnizada guerra de un heroico Juan de Castilla con un toro de enfermería en Las Ventas
- Feria de San Isidro La generosidad sin límite de Román obtiene premio en Las Ventas; la bragadísima confirmación de San Román, no
Morante obró el milagro del toreo, y luego no hubo nada más. Un terrorista taurino con placa y alma de policía escupió sobre la historia viva del toreo, una obra de arte, la faena más excelsa de todo este San Isidro de vulgaridades y cojonazos. Le llaman Iñaki al presidente Ignacio Sanjuán que ninguneó a uno de los toreros más importantes de un siglo y pico de tauromaquia. Que si el descabello, ¡venga hombre!. ¿La magnitud de semejante explicación del toreo, un tratado inmarcesible, una cosa única, la vas a medir por una suerte de matarifes, ignaro, contra la mayoría y el sentido común? La creación inigualable iba para Puerta Grande, admitamos que el verduguillo la racaneara hasta una oreja -la Oreja de Oro de la Corrida de la Prensa-, pero ningunearla así es chavista.
La expectación que precedía a Morante de la Puebla colapsó Las Ventas. Toreaba el mejor de los toreros. Alguien gritó "¡acuérdate de Sevilla!". Y a las 19.11 MdlP se acordaba de Sevilla, la fragua y la forja del toreo. Jugados apenas los brazos, apenas los vuelos, trenzó una madeja de verónicas ingrávidas que caían por su propio peso en un palmo de terreno. El temple en sus muñecas y en el fondo de un toro de clase extraordinaria, esa manera de volcar la cara, el poder exacto. Y sobre esa piedra de la bravura tamizada de calidad edificó una ensoñación, una faena de un clasicismo absoluto, durmiendo el toreo con una embestida que a veces se dormía. A veces gateaba. Despacio fluía la maestría. Como se ama y se canta. Antes, entre medias, Morante salió a hacerle un quite a cuerpo limpio a su tercero a la salida de un par, un quiebro gallista, un recorte de La Lidia.
La obra fue un tratado bíblico del bien hacer. Del toreo fundamental sublimado, ligado de verdad, hundido en sus talones, embrocado con pecho, cintura y compás, salpicado de carteles de toros, de trincherillas chispeantes, cambios de mano profundos, un natural que aún revolotea. El ajuste de su izquierda anulaba los espacios. Qué manera de hacerlo.
La obra fue un tratado bíblico del bien hacer. Del toreo sublimado, ligado de verdad, salpicado de carteles de toros
El genio cerró como aperturó, doblándose con el toro. No sé si los oles de Madrid correspondían en intensidad a lo que acontecía. Esa conciencia de estar viendo torear a la historia misma. Pero bramaba Madrid mientras otros nos emocionábamos. Era de Puerta Grande sideral. La estocada se hundió pasada, con cierta travesía que le restaba muerte. La suerte de matarife del descabello no debía ensombrecer la faena de la feria. Ni las de Alejandro Talavante ni Tomás Rufo supuestamente triunfales le llegaban a esta a la suela de la zapatilla. Se pidió la oreja con fuerza, mucha. Todos los pañuelos se estrellaron contra el palco de Ignacio Sanjuán, al que en el 7 llaman Iñaki. Uno de esos presidentes lanares, sectarios, sumisos a los ultras. Un policía que ejerce de terrorista taurino. Como aquel Espada. Cojan cualquiera de las orejas que se han concedido en este San Isidro y comparen a Dios con un gallego. Morante no quiso ni dar la vuelta al ruedo, visiblemente disgustado, desmoralizado quizá. El robo del siglo. Todo habría que fiarlo al último toro, pues una oreja ya era un giro al menos a la cerradura del portón de la gloria. Tan ansiado.
Ya no hubo ocasión de resarcirse, la plaza, no Morante, con un toro muy grande que se ponía constantemente por delante, cruzándose. MdlP dejó la lidia en brazos de Curro Javier. Y después armó muleta y espada, la de verdad, le quitó las moscas al garcigrande como si fuera Rafael y lo avió con un golletazo con mucho de aquél. Palabra vieja, con su sabor también. Una bronca torera y pasajera que se convirtió en ovación. No se merecen a Morante de la Puebla. No sabía San Juan que había escupido sobre la historia viva del toreo.
Salieron los otros artistas a devolver este arte antiguo a la modernidad. A Rufo le tocó el otro toro que embistió bien, una vez superado algún punteo. Buen pitón derecho, abriéndose mucho. TR lo toreó siempre periférico, sin reunirse con él. Cabía una yunta de bueyes, y toreaba al de fuera. Había empezado la faena al revés, por el izquierdo. Y no eran ni los terrenos ni la mano. Faena vulgarota e insincera. Como sexto apareció un toro alto despegado el piso. Sin maldad pero ni clase ni entrega. No para triunfar pero para estar mucho mejor. Tomás Rufo se dejó la cabeza y el alma en Pepino. No estuvo.
Alejandro Talavante se encontró con un lote fundido, que se encogió. Fue el quinto el único cuatreño de la seria corrida cinqueña de Garcigrande que no sirvió. Al final de la tarde sólo quedaba en pie el maestro de la Puebla. Siempre nos quedará Morante.
MONUMENTAL DE LAS VENTAS. Miércoles, 28 de mayo de 2025. Décima séptima de feria. Corrida de La Prensa. Lleno de «no hay billetes». Toros de Garcigrande; todos cinqueños; bien presentados; de mucha clase el 1º; de buen pitón derecho el 3º; desfondados los demás; especialmente 2º y 5º; sin maldad ni clase ni entrega el 6º.
MORANTE, DE SANGRE DE TORO Y ORO. Estocada pasada y atravesada y tres descabellos. Aviso (petición y saludos); golletazo (bronca)
ALEJANDRO TALAVANTE, DE VERDE ESMERALDA Y ORO. Estocada baja (silencio); pinchazo y estocada atravesada (silencio).
TOMÁS RUFO, DE CARMESÍ Y ORO. Pinchazo y estocada casi entera (silencio); bajonazo trasero (silencio